lunes, 15 de noviembre de 2010

El Símbolo Cristal 2


Hola a todos después de casi un mes sin publicar una entrada. En estos últimos días he estado retomando la escritura con el Símbolo Cristal 2 porque ya casi se acaba el semestre de la U, y en mi tiempo de ocio en vez de distraerme me pongo a escribir. Acá les voy a dejar un pequeño extracto de lo que llevo de ESC 2... tan solo un poquito del comienzo sin editar jeje pero ojalá les guste.

«Un hilillo de brisa venía zigzagueando libremente por toda la ciudad, tan juguetón y helado como cualquier hilillo de brisa allí en Serket. Los pelitos del cuerpo de Yuke se erizaron de inmediato, algo que en palabras resumidas podría decirse como: todo el cuerpo de Yuke se erizó. Ni siquiera las capas blancas que una vez les entregaron los aris servían para protegerlos de semejante frio. Cuánto deseaba un poquito de aquél desierto en el que una vez se quejó del calor ¿No había un sólo sitio en el que se pudiera estar a gusto con el clima? Claro que sí, en Tuiket. Pero Yuke ya no anhelaba Tuiket tanto como lo había anhelado por mucho tiempo. Sus piernitas se habían acostumbrado a las aventuras sorpresivas que surgían como plantas en su caminar. Aunque esto no significaba que no quisiera estar en un sitio tranquilo sin preocupaciones que involucraran cristales o hechizos. 

Mantener un monólogo en su mente había sido algo que practicaba desde que Montblanc había llegado a Serket. La noticia de que había podido engañar a Abyus era algo relativamente bueno, teniendo en cuenta que ahora Abyus no sospechaba de Montblanc. Sin embargo, no le era del todo reconfortante darse cuenta de que Abyus seguía creyendo que ellos eran los portadores del cristal. La tarea de ser los señuelos de Abyus los había acercado a su muerte a tal grado que estaba del todo seguro que así acabarían sus días. Pero Yuke no era alguien conformista y mucho menos pesimista. Prefería mencionar uno que otro chistecillo o burla en sus monólogos mentales, y pasar el tiempo divirtiéndose, aunque fuera a expensas del mismísimo Abyus... 

Desde aquél día en que llegaron a Serket una especie de ronquera dolorosa lo afectó, razón por la cual había evitado mencionar una sola palabra. Aunque no sabía la razón por la cual podía escuchar todo como si aquella ventisca inmortal no existiera. Cada diez segundos tenía que sacudirse la capa de nieve que le caía sin excepción alguna. Ahora entendía por que nadie sospechó nunca que allí hubiese una ciudad.

Era muy curioso que los árboles allí no estuvieran por completo cubiertos de nieve. Con esa ventisca deberían ser montículos blancos y no frondosas copas azules danzantes. Sí, danzantes. Esos árboles se llamaban «buraios», y daban unos frutos color naranja muy deliciosos y jugosos llamados de igual forma que su árbol. Eran árboles muy altos, tan altos como los secuoyas donde vivía Yuke. 

Estar debajo de ellos era una sensación mágica, porque nunca paraban de deshojar esas redondas hojas azules que flotaban delicadamente a pesar de la fuerte ventisca. Los habitantes de Serket decían que los buraios tenían magia dentro de ellos, y por eso nunca dejaban de florecer y de deshojar. También crecían como a ellos se les antojara, a veces en formas de colochos y a veces crecían tan recto que alcanzaban alturas descomunales. Para Yuke estos árboles eran lo mejor de Serket. A pesar de que le gustaba el frio y la blancura de la nieve, no había nada en ese lugar que le agradara más que algo de calidez. Por iniciativa propia había descubierto que esos árboles eran tan cálidos como nada allí en Serket. Tenían una calefacción interna que parecía producto de la magia ¿Sería verdad que esos árboles eran mágicos? A fin de cuentas, todo en ese sitio tenía algo de mágico. Simplemente haberlos resguardado de una ventisca mortal y de la persecución de Abyus ya era más de lo que podían haber pedido.


Ago les explicó que Serket fue el nombre que recibió el volcán sobre el cual se construyó esa ciudad, pero que desde hacía muchísimos años el volcán era inactivo. Su cráter se había obstruido con muchísima tierra, de tal manera que el sitio en el cuál debería estar, ahora estaba el centro de la ciudad, justo debajo de la plaza. Muchos lagos de agua cálida e hirviente descansaban bajo tierra, y todos los árboles habían aprovechado esto para nutrir sus raíces con el calor y mantenerse con vida. Todo esto daba lugar a un paisaje mítico también en el subsuelo de la ciudad, sitio en el cual Yuke pasaba días enteros escribiendo en un pequeño cuadernito que le regalaron. Allí había hecho dibujos y narrado absolutamente todo lo que les había sucedido desde el primer día de viaje. Incluso escribió un par de hechizos de Montblanc; aunque, para su desdicha, nunca pudo realizar ninguno por más que lo intentó...» 




 

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